En los últimos años, la socialdemocracia de los países nórdicos —Suecia, Dinamarca y Noruega— ha sido presentada como un modelo ideal para resolver las desigualdades sociales y económicas en América Latina. Sin embargo, este sistema, que combina libre mercado con un robusto estado de bienestar, enfrenta obstáculos estructurales que dificultan su aplicación en la región. Dos factores fundamentales explican esta incompatibilidad: las diferencias en la estructura tributaria y la confianza en las instituciones públicas, minada por la corrupción endémica en muchos países latinoamericanos.
Una tributación equitativa frente a la polarización fiscal
La socialdemocracia nórdica se basa en un principio clave: todos contribuyen al sostenimiento del estado de bienestar. En países como Suecia, incluso los trabajadores con ingresos modestos, como alguien que gana 2.000 euros al mes, destinan alrededor del 32% de su salario a impuestos y cotizaciones de seguridad social. Este modelo no ve a los ricos ni a las empresas como “vacas lecheras” que deben soportar la carga fiscal. De hecho, las tasas corporativas en los países nórdicos promedian el 20%, significativamente más bajas que el 35% que enfrentan las empresas en países como Colombia.
En América Latina, por el contrario, los sistemas tributarios suelen ser regresivos y polarizados. En Colombia, por ejemplo, el impuesto sobre la renta recae principalmente en los estratos más altos, mientras que los más pobres están exentos. Aunque esta estructura busca proteger a los sectores vulnerables, genera una percepción de injusticia entre las clases medias y altas, que sienten que el peso del estado recae exclusivamente sobre ellos. Además, la baja contribución de los sectores populares limita los recursos disponibles para financiar un estado de bienestar robusto, como el de los países nórdicos, donde la universalidad del aporte fiscal es la base del sistema.
Esta diferencia refleja una mentalidad distinta: mientras que en los países nórdicos se promueve una responsabilidad colectiva, en América Latina persiste una narrativa que enfrenta a ricos contra pobres, dificultando la construcción de un pacto social inclusivo. Sin una base fiscal amplia y equitativa, la socialdemocracia se convierte en un espejismo inalcanzable.
La sombra de la corrupción
El segundo obstáculo, aún más crítico, es la corrupción. Los países nórdicos se encuentran entre los menos corruptos del mundo, según el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional. Su transparencia en el manejo de recursos públicos genera una confianza ciudadana que permite delegar al estado la administración de elevados impuestos para financiar servicios como educación, salud y subsidios de desempleo. Estos servicios, aunque se perciben como “gratuitos”, son en realidad el resultado de los aportes de todos los ciudadanos, reinvertidos de manera eficiente.
En América Latina, esta confianza es prácticamente inexistente. Países como Colombia, Perú o Venezuela enfrentan problemas estructurales de corrupción que erosionan la legitimidad de las instituciones. En Venezuela, por ejemplo, los recursos públicos han sido sistemáticamente desviados para beneficiar a élites políticas, mientras que en Perú y Colombia los escándalos de sobornos y malversación son recurrentes. En este contexto, aumentar los impuestos para financiar un estado de bienestar al estilo nórdico genera escepticismo: los ciudadanos temen que sus contribuciones terminen en manos de funcionarios corruptos en lugar de traducirse en servicios públicos de calidad.
Un modelo incompatible con la realidad regional
La socialdemocracia nórdica no es, como algunos erróneamente afirman, una forma de socialismo marxista. Al contrario, es un sistema profundamente capitalista que combina libre mercado, respeto a la propiedad privada —solo el 5% de las empresas son estatales— y economías liberales que figuran entre las más competitivas del mundo. Este modelo funciona porque está sustentado por una ciudadanía que confía en sus instituciones y acepta contribuir colectivamente.
En América Latina, la falta de confianza en el estado, la corrupción sistémica y la polarización en torno a la tributación hacen que la socialdemocracia sea un modelo difícil de replicar. Para que funcione, sería necesario un cambio cultural y estructural profundo: fortalecer la transparencia, combatir la corrupción y construir sistemas fiscales más inclusivos. Sin estas reformas, la promesa de un estado de bienestar al estilo nórdico seguirá siendo una utopía lejana, mientras los ciudadanos latinoamericanos continúan atrapados entre la desconfianza y la desigualdad.
Artículo de Guillermo Farit Padilla (@codiguillos).