Colombia 2050: cinco futuros que acechan

Anoche, mientras leía noticias sobre Colombia, me pregunté cómo será el país en el año 2050. ¿Logrará Petro y su proyecto político quedarse en el poder así como lo logró MORENA en México? ¿Será cierto que un golpe de Estado impedirá que haya una dictadura? ¿Y si ese golpe desemboca en una dictadura de derecha? ¿Y si Petro y su proyecto se van, quién vendrá? ¿Cómo lograr una Colombia mejor para todos?

Para responder esas preguntas, dibujé cinco escenarios, los cuales comparto a continuación:

El sueño petrista: un país cooptado por la izquierda


Imaginemos que Gustavo Petro, con su verbo incendiario y su maquinaria política, logra lo impensable: perpetuar su proyecto más allá de 2026. Con mayorías en el Congreso, su coalición impulsa reformas laborales, de salud y pensionales, envueltas en la promesa de un país más justo. Las instituciones, una a una, caen bajo el control de la izquierda. Pero llega 2050, y el espejismo se desvanece. La reforma laboral no creó empleos, sino que ahogó a las empresas en burocracia. La salud, lejos de mejorar, es un caos de filas interminables y corrupción rampante. Las pensiones, diezmadas por el envejecimiento poblacional y la mala gestión, son un lujo inalcanzable para millones.

Peor aún, las libertades se erosionan. Los periodistas, intimidados por leyes draconianas, miden sus palabras con temor. La oposición, asfixiada, apenas sobrevive. El gobierno, ahora una dictadura disfrazada de democracia, manipula elecciones para aferrarse al poder. Todo sucede a la vista de todos, pero demasiado rápido para reaccionar. Una mayoría, seducida al principio por el canto del populismo, despierta tarde al arrepentimiento. Para 2050, Colombia es un país atrapado por un monstruo que ayudó a crear, y la pregunta ya no es cómo salir, sino si todavía hay salida.

El golpe: una tragedia que resucita el pasado


En este escenario, los discursos polarizantes de Petro y el miedo a una deriva autoritaria despiertan un viejo fantasma: el golpe de Estado. Como en los días de Allende y Pinochet, una facción decide derrocar al presidente, prometiendo salvar a Colombia del abismo. Pero el remedio resulta peor que la enfermedad. El país se sume en una nueva guerra civil, con barricadas en las ciudades y sangre en los campos. La izquierda, lejos de debilitarse, convierte a Petro en mártir, en el héroe derrocado por una oligarquía despiadada.

Para 2050, la violencia ha dejado cicatrices imborrables. La izquierda, galvanizada por la narrativa de la víctima, regresa al poder con un populismo aún más radical. Nuevos líderes, peores que los anteriores, prometen vengar el pasado. Colombia, atrapada en un ciclo de revancha y atraso, sigue siendo el país que nunca aprende de sus errores. Nadie gana, todos pierden.

La esperanza: un movimiento que trasciende a Petro


Aquí, la oposición despierta de su letargo y construye algo nuevo: un proyecto político fresco, liderado por rostros jóvenes y mentes abiertas. No es el momento ni de la izquierda ni de la derecha, sino de Colombia. Este movimiento, nacido de la urgencia y la creatividad, une al país en torno a una visión pragmática e inspiradora. En 2026, arrasa en las urnas, no por rechazo a Petro, sino por ofrecer un puente hacia un futuro mejor.

Para 2050, Colombia no es un paraíso, pero ha dado pasos firmes. La pobreza ha disminuido, la informalidad laboral ha cedido terreno, y la economía, fortalecida por la innovación, atrae inversión global. Bogotá, Medellín y Cali brillan como centros de tecnología y cultura.

Petro, para entonces, es solo un eco lejano, un capítulo cerrado en un país que aprendió a mirar hacia adelante. Este escenario no promete utopías, pero sí un país donde el esfuerzo colectivo vale la pena.

La derecha miope: un retorno al pasado


En este futuro, la derecha recupera el poder en 2026, pero no entiende que Colombia ya no es la de hace décadas. Las reformas necesarias —en educación, salud, trabajo— se posponen en nombre de la estabilidad. El país, cansado de promesas vacías, siente que ha retrocedido a un pasado de desigualdad y desconexión. La frustración crece, y con ella, la semilla del populismo.

Para 2050, Colombia está estancada. La pobreza persiste, la informalidad sigue siendo la norma, y la amenaza de un nuevo mesías populista acecha en cada esquina. La derecha, al ignorar las demandas de un país que cambió, le entrega en bandeja el futuro a sus adversarios. Es un recordatorio cruel: no basta con ganar elecciones; hay que gobernar con visión.

El despertar ciudadano: un país que se hace a sí mismo


Este es el escenario que me seduce. Aquí, la ciudadanía decide no esperar más por un mesías y entiende que es ella misma, en compañía de una institucionalidad sólida, quien se salvará. La sociedad civil, los empresarios, los académicos y los jóvenes se organizan. Medellín se convierte en un Silicon Valley tropical; Bogotá, en un hub de inteligencia artificial; Cali y Barranquilla, en polos de exportación y cultura. El campo, modernizado por inversión privada y cooperación internacional, deja de ser un lastre para convertirse en motor.

Para 2050, Colombia no es una superpotencia, pero es un país vibrante, con una ciudadanía que entiende su rol y es más exigente con sus políticos. Además, surge una clase media robusta que impulsa el consumo y la innovación. Los pobres serán menos pobres y tendrán mejores condiciones. Las ciudades, conectadas por trenes y carreteras modernas, respiran progreso. La democracia, más madura, se sostiene sobre un Estado eficiente y ligero. Este futuro no depende de un héroe ni de un partido, sino de un país que decidió ser protagonista de su propia historia.

La encrucijada: ¿qué Colombia habrá en 2050?


El populismo de Petro, con su mezcla de promesas y polarización, es una prueba de fuego para la inteligencia colectiva de los colombianos. Su maquinaria, aceitada por el poder del Estado, ya prepara el terreno para 2026: consultas populares, discursos victimistas, maniobras legales. Pero la última palabra no la tiene él, sino nosotros. ¿Caeremos en la tentación de la manzana envenenada del populismo, o seremos capaces de escribir un futuro que nos pertenezca? En 2050, Asco solo podremos mirar hacia atrás y decidir si fuimos un país que aprendió a pensar, o uno que se dejó llevar por el espejismo. La respuesta, como siempre, está en nuestras manos.

Guillermo Farit Padilla ‘Guillo’, @codiguillos en redes.

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