Han pasado dos años y nueve meses desde que Gustavo Petro asumió la presidencia de Colombia, respaldado por 11 millones de votos. Prometió una transformación radical: justicia social, progreso ambiental y equidad económica. Sin embargo, a medida que su mandato se acerca a su recta final, el país se encuentra atrapado en un estancamiento económico, una polarización creciente y una pregunta inquietante: ¿cuántos días ha gobernado Petro realmente, más allá de sus discursos, viajes internacionales o publicaciones en X?
No tengo una respuesta precisa, pero de algo estoy seguro: no ha habido un solo día en que Petro no haya estado dedicado a la propaganda. Su presidencia, lejos de cumplir sus promesas, corre el riesgo de ser recordada por una maniobra peligrosa: la Consulta Popular, una estrategia que podría consolidar su proyecto político y poner en jaque los cimientos democráticos de Colombia.
El poder de la retórica emocional de Petro
La fuerza de Petro no radica en logros concretos, sino en su habilidad para conectar emocionalmente con las masas. Evita los datos y los tecnicismos, apostando por un lenguaje que resuena con la frustración, el resentimiento y la esperanza de una revancha histórica contra la desigualdad. Sus discursos, cargados de metáforas y promesas grandiosas, han convertido a Petro en el dueño del debate público.
Petro no solo hace política; define la agenda nacional. Él impone los temas—hoy la Consulta Popular, mañana un decreto o una nueva provocación—y obliga a sus adversarios a reaccionar en su terreno. Con un 35% de aprobación, mantiene una base leal, no por resultados tangibles, sino por su capacidad para presentarse como el líder de los desposeídos, el rebelde que desafía al sistema.
Sin embargo, esta narrativa oculta una realidad preocupante. No hay avances significativos en infraestructura, la reducción de la pobreza está estancada, la seguridad sigue siendo un desafío y la transición energética prometida no despega. En lugar de gobernar, Petro parece estar en campaña permanente, utilizando X y foros internacionales para reforzar su imagen de revolucionario. Su legado, lejos de ser la paz o la prosperidad, podría estar marcado por lo que algunos llaman una “bonanza cocalera” y por la ausencia de obras relevantes iniciadas bajo su mandato.
La Consulta Popular: una manzana envenenada
La Consulta Popular, el más reciente movimiento de Petro, no es el ejercicio democrático que pretende ser. Presentada como una herramienta para empoderar al pueblo, es en realidad una estrategia política diseñada para prolongar la polarización, mantener a Petro como el centro de gravedad de la política colombiana y garantizar la supervivencia de su proyecto más allá de su mandato. No se trata de reformas laborales o sociales efectivas; es un paso calculado para consolidar poder.
Este movimiento confirma lo que algunos advertimos desde el inicio: Petro no busca soluciones reales para Colombia. Su objetivo es construir un escenario que le permita perpetuar su influencia, incluso a costa de la estabilidad democrática. En un país políticamente fragmentado—con un tercio de la población alineada con la derecha, otro con el centro y otro con la izquierda—no es descabellado imaginar una segunda vuelta presidencial en 2026 entre figuras como Gustavo Bolívar, de la izquierda radical, y Claudia López, de una centroizquierda más moderada, ambos cercanos, de una u otra forma, al universo petrista. Este escenario garantizaría la continuidad del populismo que Petro representa.
La oposición: atrapada en el juego de Petro
La oposición, lamentablemente, no ha sabido contrarrestar el ascendente de Petro. En lugar de construir una narrativa propia, se desgasta en ataques personales—su vida privada, rumores de alcoholismo o escándalos amorosos—que no resuenan en una sociedad cada vez más permisiva. Estos ataques, lejos de debilitarlo, lo humanizan ante sus seguidores. ¿Quién no ha cometido errores personales? Mientras Petro habla de hambre, desigualdad y trabajo (sin tomar acciones contundentes para resolverlos), la oposición pierde tiempo en debates estériles que no movilizan a las mayorías.
Para combatir el discurso populista de Petro, la oposición debe cambiar de estrategia. No basta con criticar; hay que inspirar. Esto implica construir un relato que no solo denuncie las contradicciones de Petro—sus promesas incumplidas, la inviabilidad de sus propuestas—, sino que también ofrezca una visión alternativa: un país unido, próspero y con oportunidades reales. La oposición debe hablar al corazón de los colombianos, como lo hace Petro, pero con propuestas concretas: planes de empleo, mejoras en infraestructura, seguridad ciudadana. Debe simplificar su mensaje sin caer en la demagogia y usar plataformas como X para conectar con los jóvenes, que consumen información en redes.
La ‘batalla cultural’: El verdadero desafío
La lucha contra el populismo de Petro no es solo política; es cultural. Se gana cuando la sociedad desarrolla la sagacidad para ver más allá de las promesas vacías y comprende que detrás de la Consulta Popular y de figuras como Petro hay politiquería disfrazada de redención social. Esto requiere fomentar el pensamiento crítico a través de campañas educativas, foros ciudadanos y contenido accesible que explique cómo el populismo promete mucho pero entrega poco.
La oposición debe promover una identidad colombiana basada en el esfuerzo colectivo, la innovación y la resiliencia, en lugar de la revancha histórica que Petro vende. Es crucial involucrar a los jóvenes con mensajes modernos y esperanzadores, apoyados por influencers y líderes locales que hablen su lenguaje. Además, debe anticipar las jugadas de Petro—decretos, reformas o maniobras legales—y neutralizarlas con argumentos sólidos y movilización ciudadana.
Un llamado para la oposición colombiana
Colombia enfrenta un momento crítico. La fragmentación política, con un electorado dividido en tercios, crea un terreno fértil para el populismo. Si la oposición no actúa con inteligencia y visión, Petro seguirá ganando donde más importa: en el corazón y la mente de millones. Su 35% de aprobación no es un fracaso; es una base sólida que le permite soñar con un legado político duradero.
El antídoto contra el populismo no es el ataque personal ni la reacción defensiva. Es un proyecto que emocione, una narrativa que una y una acción coordinada que demuestre que Colombia puede más. La batalla cultural y política se ganará cuando los colombianos vean en la oposición no solo una crítica al presente, sino una promesa creíble de futuro. De lo contrario, el manual populista de Petro seguirá escribiendo el destino del país.